sábado, 8 de diciembre de 2012

Me devastaste.


Me devastaste
y el prelado de mi estricta estupidez
cedió al martirio
al absurdo y sosegado vía crucis
al que me hice piso
y no, ni siquiera cargabas una cruz
me lanzabas escupitajos
hipocresías, latigazos como bromas
erigidas por la inocua crueldad
a la que parezco diana.
Depositario de la mierda
cuán vehementemente quise convertirla en abono
mas es un cementerio de sentimientos sublimes
intoxicados por la bajeza de la moral irrestricta y fulminante.
Era mi poesía para ti
mis palabras de alegría que fatigosamente fueron mermándose
al ritmo pendulante de tu incisiva tortura.
Y yo, ahora solo, torturándome inexplicablemente
con el sermón vació que serpenteó de tu boca
a mi corazón
busco para quien abdiques
los clavos, la lanza y la hiel.
¡Cuánta ausencia, cuánta soledad
cuántos golpes y abandonos!
El estoico se reiría de mí
el ateo ni una sonrisa me echaría, porque no dan limosna
y el creyente se compadecería de la inclemencia
propinándome un misterio patético
y un aburrido solipsista no atisbaría 
el pasmoso dique que se desvencija en mi esperanza.
Los alambiques de mi entusiasmo
se van vaciando sobre una tierra magra y putrefacta
a la arritmia de mi felicidad caduca.
Todo cae a la misma hora
el titilar de las estrellas, el brillo del sol, el trino de los pájaros
la brisa suave que despeina a los árboles
todo se detiene
se seca
Mis ojos secos, lágrimas secas
se hacen gruta fría y angosta
y en el mínimo y quieto oleaje de un quizás
la experiencia que vive en esa cueva desierta
de mi amor, se recluye en lo más hondo y alejado
donde puede escuchar al cuervo encorvando un “nunca-más”.
¡Amor! Es una bandera quieta y roída por el vacío,
un estandarte palaciego que quedó en ruinas,
una promesa respondida por el juicio tieso y maligno
de un falso deber ser.
Apremia el egoísmo y le desfachatado ‘qué-me importa’
solo la honesta Muerte sonríe eternamente
Veo claro que la luz al final de este túnel es el fulgor del sufrimiento
de la pena que sólo la jubilosa marcha hacia lo oscuro entiende
Me devastaste.
Persisten estas palabras como consuelo y consejo
No ames más
no mires a la belleza
¡Cuán feliz es el miserable
que no acaricia embobado el fin de su suplicio!
éste no termina, pero lo enmascara la mentira de lo que pudo ser.
Así cuando busques el alivio, sábete bien que no será cura
sino leña verde para arder un futuro al que no querrás llegar.
Con el martirio, la bofetada y desdén
lo perdí todo:
Perdí la fraternidad, el hogar y a la lealtad.
Gané la claridad de la amargura y la misantropía
y el premio de la nostalgia y la melancolía.
Absurdo prelado que me vuelve a bautizar
con el pesado chascarrillo de que ese placebo romántico también
irremediablemente se irá.

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