martes, 24 de febrero de 2015

Hallé en tu presencia

Hallé en tu presencia el asombro perdido

Fingí indolencia y parecía dirigido
por el sonido de lo conocido
y por dentro arrastraba el ánimo
la fragua de un desaire enquistado.

El adormecido instinto que rebasa el cuerpo
enyesaba mi deseo encerrando el hálito poético
y las llanas ganas de ser por fuera la dulzura que
dentro pulsa
ferviente para complacer la lengua del mundo
mentía con la locura del sátiro indomable
laureado de miedo, soplando la flauta de espinas
escondiendo ese férreo dolor oxidado
que guarda la vena paciente y perene
esa que pulsa como la promesa de esa estrella,
titilando guiña su ojo, espera.

Y así encarcelado en esos espejismos del fracaso
el duelo, la rabieta, el consolado sonsonete de la soledad,
las vanas tentaciones y el monótono cincel del ego,
dibujando tristezas y ensayando desplomes
andaba enredando púas y curando esperanzas
buscando con la cabeza gacha al socaire de la alegría
el soplo divino, la flecha del dios alado, 
o el fantasma del melancólico futuro

Aún cuando encuentres en la basura una gema
no busques ahí lo más preciado
envuelta en desprecio está esa gema
mejor el carbón de los palacios.

Así que por pepenador perdía el asombro:
El gozo y la belleza, al tiradero, al chiquero hostil
donde se embarran de hiel banal
una especie homínida que se complace en
embadurnar al otro con la mengambrea de la fantasía
abominable
blandura de la conciencia y  lastimosa verdad de la falacia
la realidad desprovista de dicha y la dicha desprovista
de conocimientos burdos y emociones sosas
se había colmado la mansa resignación de mis días

De pronto,
(aquí por fin la peripecia)
¿con que te he de comparar si no es quizá
con la primavera, el verano y la potencia de todas sus estaciones
con el mismísimo Adonis
con
la comparación no es más que un pretexto
la materia del delito, el protagonista de mi encanto
no es el cuerpo deletreado que esta verborrea
pueda esculpir torpemente sin hipérboles
(cuando el fenómeno es incandescente y esplendoroso
solo se puede dar fe de una magnífica existencia).

Y así como frente al arbusto que arde, el temor
me sigue y me ata
funde en mí la patológica paranoia
que suspira el espejismo
al mismo tiempo que mi fascinación
me vuelve un niño persiguiendo una luciérnaga
o una luciérnaga que persigue una mano franca
que la haga su secreto, su breve luz en la mano
que lo comparta con la noche
Hallé en tu presencia el asombro perdido.