Con la carne remedada
y el seso remendado
ando sobre las tablas taimadas.
Con la piel prestada
mi voz bufa y trina
como si fuera mía.
Con el alma atada a una lastra
la acción anima a mi casta
en la profunda boca del lobo.
Con la calma de los justos
renuncio al que soy
y delato al otro que me ha secuestrado por hoy.
No conozco al que habita en mi
pero detento sus palabras,
aquel no me conoce a mí
pero marca mi ser velado.
Esta evanescencia me consume
y se solidifica con la lúdica repetición
de su inconsistencia.
Como la muerte
está cuando yo ya no
así este homúnculo infeccioso que me amaga
se va cuando vuelvo yo,
transformado.
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