Hallé en tu presencia el asombro perdido
Fingí indolencia y parecía dirigido
por el sonido de lo conocido
y por dentro arrastraba el ánimo
la fragua de un desaire enquistado.
El adormecido instinto que rebasa el
cuerpo
enyesaba mi deseo encerrando el hálito poético
y las llanas ganas de ser por fuera la
dulzura que
dentro pulsa
ferviente para complacer la lengua del
mundo
mentía con la locura del sátiro indomable
laureado de miedo, soplando la flauta de
espinas
escondiendo ese férreo dolor oxidado
que guarda la vena paciente y perene
esa que pulsa como la promesa de esa
estrella,
titilando guiña su ojo, espera.
Y así encarcelado en esos espejismos del
fracaso
el duelo, la rabieta, el consolado
sonsonete de la soledad,
las vanas tentaciones y el monótono
cincel del ego,
dibujando tristezas y ensayando desplomes
andaba enredando púas y curando
esperanzas
buscando con la cabeza gacha al socaire
de la alegría
el soplo divino, la flecha del dios
alado,
o el fantasma del melancólico futuro
Aún cuando encuentres en la basura una
gema
no busques ahí lo más preciado
envuelta en desprecio está esa gema
mejor el carbón de los palacios.
Así que por pepenador perdía el asombro:
El gozo y la belleza, al tiradero, al
chiquero hostil
donde se embarran de hiel banal
una especie homínida que se complace en
embadurnar al otro con la mengambrea de
la fantasía
abominable
blandura de la conciencia y lastimosa verdad de la falacia
la realidad desprovista de dicha y la
dicha desprovista
de conocimientos burdos y emociones sosas
se había colmado la mansa resignación de
mis días
De pronto,
(aquí por fin la peripecia)
¿con que te he de comparar si no es quizá
con la primavera, el verano y la potencia
de todas sus estaciones
con el mismísimo Adonis
con
la comparación no es más que un pretexto
la materia del delito, el protagonista de
mi encanto
no es el cuerpo deletreado que esta
verborrea
pueda esculpir torpemente sin hipérboles
(cuando el fenómeno es incandescente y
esplendoroso
solo se puede dar fe de una magnífica
existencia).
Y así como frente al arbusto que arde, el
temor
me sigue y me ata
funde en mí la patológica paranoia
que suspira el espejismo
al mismo tiempo que mi fascinación
me vuelve un niño persiguiendo una
luciérnaga
o una luciérnaga que persigue una mano
franca
que la haga su secreto, su breve luz en
la mano
que lo comparta con la noche
Hallé en tu presencia el asombro perdido.
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