a Xochipilli… siempre
el día de mi muerte será
una orgía infinita
donde cien hombres de suma rareza
violarán
a un retoño recién nacido
será la catástrofe de esfínteres
y la culminación de la ansiedad
las ganas
Será el día en el que veinte
alcatraces profundizarán
en la armonía de la juventud
y el éxtasis de las irreverencias
que se anidan en mis entrañas dadivosas
Será un sepelio magnánimo
en el que el alimento emanará
de falos gigantescos
Gargantua suplicará que lo dominen
cuando mi cadáver yazca enhiesto
perpetuando la osadía
de un sin fin de flores
perfumando la existencia del placer
en las bocas de todos los deudos
adeudados con la magnificencia
del hedónico recuerdo de las caricias
que la vida aconsejó
al puberto hincado
en admonición del conocimiento
un cuerpo fuerte, tan fuerte que resiste
la vida
de tal forma que se yergue y decapita
su insistencia
con un sable blanco y
espeso
que inunde las delicias postradas ante mi
féretro
que será de los viciosos funcionales
los cataclismos bondadosos que se reirán
al lamer la tetilla de los adolescentes
y masticar dulcemente la paidofilia
que penetra al narcisismo
de la muerte.
Es muerte el orgasmo de la vida
es un salpicado de inocencia
que se alimenta como monstruo hambriento
de
todo lo que he vivido como semen lechoso
que se apelmaza
y se calcina como un muro multiforme
mi
abdomen
organiza tus entrañas
Todo finalmente
las lagañas, las muecas, las sonrisas,
las babas
todo el lubrico recuerdo que llora el
cíclope de mi hombría
sobre tu
flácida y perene muerte momentánea
se sacia del más profundo amor que no cesa
que no para
que nunca pensó en desairar la inclemencia del tiempo
como los brazos
como un beso
como un trozo de lontananza que se achicharra
y se lame las patas
y se dice a si mismo que le es grata la salvedad de la ordenanza:
te quiero.
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