Me devastaste
y el prelado de mi estricta estupidez
cedió al martirio
al absurdo y sosegado vía crucis
al que me hice piso
y no, ni siquiera cargabas una cruz
me lanzabas escupitajos
hipocresías, latigazos como bromas
erigidas por la inocua crueldad
a la que parezco diana.
Depositario de la mierda
cuán vehementemente quise convertirla en
abono
mas es un cementerio de sentimientos
sublimes
intoxicados por la bajeza de la moral
irrestricta y fulminante.
Era mi poesía para ti
mis palabras de alegría que fatigosamente
fueron mermándose
al ritmo pendulante de tu incisiva
tortura.
Y yo, ahora solo, torturándome
inexplicablemente
con el sermón vació que serpenteó de tu
boca
a mi corazón
busco para quien abdiques
los clavos, la lanza y la hiel.
¡Cuánta ausencia, cuánta soledad
cuántos golpes y abandonos!
El estoico se reiría de mí
el ateo ni una sonrisa me echaría, porque
no dan limosna
y el creyente se compadecería de la
inclemencia
propinándome un misterio patético
y un aburrido solipsista no
atisbaría
el pasmoso dique que se desvencija en mi
esperanza.
Los alambiques de mi entusiasmo
se van vaciando sobre una tierra magra y
putrefacta
a la arritmia de mi felicidad caduca.
Todo cae a la misma hora
el titilar de las estrellas, el brillo
del sol, el trino de los pájaros
la brisa suave que despeina a los árboles
todo se detiene
se seca
Mis ojos secos, lágrimas secas
se hacen gruta fría y angosta
y en el mínimo y quieto oleaje de un
quizás
la experiencia que vive en esa cueva
desierta
de mi amor, se recluye en lo más hondo y
alejado
donde puede escuchar al cuervo encorvando
un “nunca-más”.
¡Amor! Es una bandera quieta y roída por
el vacío,
un estandarte palaciego que quedó en
ruinas,
una promesa respondida por el juicio
tieso y maligno
de un falso deber ser.
Apremia el egoísmo y le desfachatado
‘qué-me importa’
solo la honesta Muerte sonríe eternamente
Veo claro que la luz al final de este
túnel es el fulgor del sufrimiento
de la pena que sólo la jubilosa marcha
hacia lo oscuro entiende
Me devastaste.
Persisten estas palabras como consuelo y
consejo
No ames más
no mires a la belleza
¡Cuán feliz es el miserable
que no acaricia embobado el fin de su
suplicio!
éste no termina, pero lo enmascara la
mentira de lo que pudo ser.
Así cuando busques el alivio, sábete bien
que no será cura
sino leña verde para arder un futuro al
que no querrás llegar.
Con el martirio, la bofetada y desdén
lo perdí todo:
Perdí la fraternidad, el hogar y a la
lealtad.
Gané la claridad de la amargura y la
misantropía
y el premio de la nostalgia y la
melancolía.
Absurdo prelado que me vuelve a bautizar
con el pesado chascarrillo de que ese
placebo romántico también
irremediablemente se irá.
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